Armas de bolsillo: asesinos de la dignidad publicando el trofeo en redes.
Dicen que no hay mayor ciego que el que no quiere ver.
No hay nada peor que una sociedad armada cegada por las armas que usa a diario, personas que disparan en todo momento robando dignidades sin ser apenas conscientes de ello y, por ende, publicando a los cuatro vientos el cadáver capturado e inmortalizado como si un trofeo fuese.
Su mirada abierta, penetrante, perdida, mirando sin ver, en estado de shock. La observo sin procesar. Me faltan las palabras, me sobran los sentimientos. Ojalá la pudieras ver, pienso sin pensarlo. Acto seguido mi mente afirma lo contrario: nadie debería ver a una persona en este estado, por respeto a su dignidad. Le han robado el dinero, la casa, la educación, la vida de su hijo recién nacido, todo, pero yo no le voy a robar la dignidad. Bajo mi arma de bolsillo.
Abajo las armas de bolsillos
Hemos armado la sociedad civil de armas de bolsillo, pequeños aparatos que capturan la imagen, paralizan el tiempo, en definitiva, roban la dignidad. Y se pasean por las calles de la vida sin ningún tipo de control, ni pudor, ni respeto.
Sigo observando su mirada. Una mirada abierta y penetrante sin parpadear, mirando a la nada. Buscando sin encontrar. Llorando sin lágrimas. Viviendo sin vida. Muriendo sin morir. Sin duda, a través de su pupila puedo sentir el grito desgarrador de su vida. Por un momento, mi mano sacude mi bolsillo buscando el arma que guardo sin esconder. Decido no tocar el arma que tengo en el bolsillo, no disparar el gatillo que atraparía su alma y cuerpo en el tiempo. Tampoco puedo permanecer indiferente. Me decido por tomar otra arma que ha caído en desuso, el lápiz, y me pongo a buscar las palabras en el diccionario de mis recuerdos.
Tiene nombre, sufre una brutal injusticia social, la muerte de su hijo recién nacido es víctima de una injusticia social, asesinado de olvido, no puedo callar, quiero gritar a los cuatro vientos, lanzar su nombre al viento y su imagen por el mundo entero; pero por respeto a su dignidad, tomo papel y pluma y me pongo a transformar la imagen en palabras y a través de la fuerza de la escritura ser capaz de plasmar en estas líneas el dolor, sufrimiento e injusticia.
Víctima de una guerra sin oposición, de una violencia sin fuego, de una vida sin ser vivida, refugiados sin refugio, madre sin hijo. Crónica sin imagen. Palabra muerta con vida. Asesinada sin asesinos en una sociedad racista sin creerse racista.
Abajo las armas, arriba el lápiz
No puedo callar, no puedo ser cómplice del silencio, quizá es momento de recuperar el poder oculto de las palabras, la escritura, el arte de narrar historias. Es cierto que es más sencillo, más directo, tomar el móvil o la cámara fotográfica y disparar la bala que penetra en nuestro corazón a través de la imagen. Me quedo con el antiguo arte de narrar historias, como esta, en la que no vas a ver ninguna foto.