Etiopía toma el liderazgo de la lucha contra la COVID19 en África
No te pierdas el excelente artículo escrito por Xavier Aldekoa, excelente periodista y gran persona. A quien aprovecho para agrecer de corazón su visita al Hospital de Gambo, y plasmarlo en un capítulo de su último libro “Indestructibles” y el nuevo libro fotográfico con el gran Alfons Rodríguiez.
El primer ministro de Etiopía se ha erigido en líder del continente y portavoz de la lucha africana contra la pandemia
Al oír el nombre del primer ministro etíope, Mehari Messele no repara en elogios: “Es un héroe; es nuestro héroe”. Al otro lado del teléfono, su voz llega desde su oficina de turismo en Addis Abeba, capital de Etiopía, con una traza inconfundible de orgullo. “No ayuda sólo a nuestro país, está ayudando a toda África. Trabaja duro, es buen diplomático y le siguen los jóvenes, campesinos, mujeres o hasta los hombres de negocios; es un líder”.
La batalla por la supervivencia de una bebé en un hospital rural de Etiopía ilustra la cruzada africana por reducir las muertes neonatales. La lucha es larga: cada año un millón de niños de países pobres mueren antes de cumplir 24 horas de vida.
En su primer día de vida, Jamila engañó a todos. A los médicos, a los enfermeros y a la muerte. A su madre, Hawi Merga, no. Cuando la mujer dio a luz, mientras los sanitarios cortaban el cordón umbilical que le unía a su hija, su cuerpo se sumió en un temblor incontrolable por el agotamiento y el esfuerzo del parto. Acaso por la sospecha de que el sufrimiento no había hecho más que comenzar. Eran las ocho de la mañana cuando Jamila lloró por primera vez. Fue un llanto enérgico e in crescendo, que inundó la sala de partos de Gambo, una antigua leprosería reconvertida en hospital en una aldea a 250 kilómetros de Addis Abeba, capital de Etiopía. Aquel sollozo retumbó en las paredes de la maternidad y resbaló por los pasillos sucios del edificio como un canto a la vida. Jamila apuró el engaño: se acurrucó dócil sobre el torso de su madre, con la piel húmeda y los dedos encogidos. Al poco, se moría: una infección pulmonar obligó a los médicos a reanimar su corazón detenido con un desfibrilador. Apenas minutos después de la paz inicial, su madre chillaba enajenada cuando el cuerpo de la niña se elevaba tras cada sacudida de electricidad. En su primer día de vida, Jamila engañó a todos porque cuando nació en realidad se moría y cuando estaba muerta empezó a luchar.
Tras reanimar a la bebé, cuando se la llevaban a la incubadora, Kedir Ogato, uno de los sanitarios que había atendido el parto primero y el paro cardíaco después, se secaba la frente de sudor.
— Pensaba que la perdíamos.
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En el hospital de Gambo, se trabajaba a destajo para combatir esas cifras salvajes.
Dirigidos por Iñaki Alegría, un joven médico catalán que había llegado allí cinco años antes para un voluntariado de tres meses y no se había podido marchar, un equipo de doctores y enfermeros etíopes se turnaba para atender a los noventa niños de la sala de pediatría e intensivos.